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elperiodico19-11-84Desde Narcís Roca i Farreras, primer teórico del nacionalismo catalán, pasando por Pella i Forgas, Martí i Julia y más tarde el propio Francesc Maciá han dejado escrito que la causa de la autonomía de Catalunya no triunfaría hasta que se apoderaran de ella las clases obreras y populares, como así ocurrió en 1931 con la instauración del autogobierno de Catalunya, obra de las fuerzas políticas de izquierdas bajo la batuta de la novísima coalición electoral de Esquerra Republicana de Catalunya que culminaron el proceso autonómico, que durante medio siglo, en manos de la burguesía catalana, había sido una quimera.


Ya en nuestros días durante el posfranquismo y, ante la mayor concentración popular que registra Ia historia de Catalunya para pedir su estatuto de autonomía con motivo del 11 de septiembre de 1977, parecía, que cuando en su día los votos de aquella gran masa de ciudadanos impusieran su veredicto, éste sería el que de nuevo las izquierdas catalanas condujeran el proceso autonómico que se estaba iniciando.
En este contexto el Partido de los Socialistas de Catalunya como fuerza mayoritaria de las izquierdas, como había demostrado ser en anteriores elecciones generales, era el llamado a conseguir su hegemonía política y social en el país, lo que parecía un proceso lógico y lineal resultó lo contrario, ya que tanto en 1980 como en 1984, en las elecciones al Parlament de Catalunya, fue derrotado por Convergéncia Democrática de Catalunya, una nueva y pujante fuerza política surgida durante la segunda mitad de la época franquista, que con una original sintonía política recoge la más variada expresión del nacionalismo utilitario camboniano y montserratino, al tiempo que cabalga a lomos del tradicional centro-izquierda catalanista socialdemocratizador y partidario económicamente del neoliberalismo.
También como es de ver por los estudios de los resultados electorales, recibe la ayuda de un importante contingente de votos proveniente de las clases populares. Esta síntesis sociológica de factura populista, bajo la bóveda del nacionalismo catalán como algo propio y exclusivo, es la clave de su éxito político encarnado en un líder cuyo indiscutido carisma radica en su aparente debilidad, pero que tomando la nación catalana como instrumento, juega magistralmente el rol de apedrear con certeza al Goliat madrileño de turno.
Pero si esto es así, algo funciona mal en el partido socialista, pues es de pensar que su razón de ser es Catalunya, y por ende, su alternativa política se concreta en nuestro país. Por ello, el fracaso (cada vez más) en las últimas elecciones al Parlament, cuando paradójicamente la ideología que preconiza recién había alcanzado a través del PSOE el mayor triunfo que se conoce de implantación en España (y en Cataluña), es un fenómeno que debe ser imputado necesariamente a su pérdida de credibilidad como partido socialista nacional y de clase, inequívocamente enmarcado en Catalunya.
Su incapacidad para aglutinar ideológicamente el componente político más importante de la sociedad catalana emanado de su hecho nacional, deviene en un grave error histórico ya que sirve a la derecha, a guisa de regalo, la legitimación de ésta como única opción política nacional, al tiempo que cierra el camino a una futura estrategia global de la izquierda en Catalunya.
El actual PSC en constante pérdida de su identidad es hoy un partido ideológicamente estancado, acrítico en sus bases y claudicante de sus brillantes aportaciones teóricas y doctrinales de inequívoco sentido nacionalista de hace unos años. La dirección del mismo está en manos de una oligarquía muy desgastada políticamente que se empeña en hacer ver que aquí no pasa nada y que todo se debe simplemente a circunstancias electorales coyunturales. Su gregarismo en relación a la política del PSOE en Catalunya, con su secular carencia de sensibilidad para una correcta interpretación de los derechos nacionales de los pueblos, confundidos hoy en el difuso concepto del Estado de las autonomías, son capitalizados por el pujolismo proclive al griterío, de suerte que el PSC es presentado ante la opinion publica catalana como el enemigo ideal necesario a toda irracionalidad política colectiva.
Con esta estrategia maniquea practicada por los autotitulados nacionalistas intentan matar dos pájaros de un tiro; confirmar al PSC ante la ciudadanía catalana como un mero subalterno del PSOE en su mal disimulada visión centralizadora del Estado, quemándoles el campo político en Catalunya y, al mismo tiempo, qué se erigen como exclusiva fuerza política catalanista, eliminar el adversario del modelo de sociedad capitalista que ellos preconizan y representan.
Eduard Moreno. Abogado y escritor.