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Fuimos de Sant Petesburgo a Volgogrado en ferrocarril, en un viaje de 37 horas. Teníamos interés en observar el paisaje de la alta planicie rusa evitando que nos fuera robado por el avión. De esta forma llegamos a Volgogrado por la mañana del 15 de septiembre de 2006 con una temperatura ideal para, como dice Juli, amarrarse las zapatillas deportivas y disponerse a patear la ciudad de arriba abajo, teniendo siempre el Volga como atracción visual. Disponíamos de ocho días para visitar la ciudad y sus alrededores antes de regresar a Barcelona vía Moscú-Zurich, y, queríamos aprovecharlos a fondo con esas ansias de conocerla contagiadas por tantas páginas de lectura de la epopeya vivida en esta ciudad durante el otoño del año 1942.


Lo primero que hicimos, después de instalarnos en el Hotel Volgogrado, fue dirigirnos a la Universidad Estatal Pedagógica de Volgogrado, cátedra de español de la que recientemente había iniciado el curso después de las vacaciones estivales. Nos recibieron con esa hospitalidad clásica del pueblo ruso, donde los profesores y alumnos que nos atendieron nos ofrecieron su estimable ayuda personal, de suerte que gozamos de ella durante todos los días que permanecimos en la ciudad.

Con su ayuda y colaboración visitamos la ciudad de Kalach y su campo estepario donde el meandro del río Don se acerca a 60 Km del Volga hoy unidos, desde el final de los años cincuenta del pasado siglo, mediante un inmenso canal navegable. Esta ciudad y toda su comarca fue parte del escenario de la gran contraofensiva rusa iniciada el 19 de noviembre de 1942 que convirtió al VI Ejercito de Von Paulus de sitiador de Stalingrado en sitiado dentro de un cerco exterminador como consecuencia de la tenaza del ejercito soviético por el norte y por el sur. Debe también destacarse que en Kalach estuvo instalado el Cuartel General del VI Ejercito (el más poderoso y prestigiado de la Wehrmacht) antes que el controvertido general se fuera replegando hasta la ciudad de Stalingrado, acabando por instalarlo en los sótanos del destruido edificio de los grandes almacenes Univermag, donde fue hecho prisionero (de hecho se entregó). El lugar se conserva como museo visitable en los actuales almacenes, reconstruidos en el mismo lugar, después de la guerra.

También visitamos en la orilla oriental del Volga la ciudad de Volski, en donde reside con su familia el fraternal Renato, estudiante que nos acompañó. Esta orilla del río frente a Stalingrado tuvo como sabéis, una decisiva importancia estratégica en la defensa de la ciudad, pues fue desde donde el 62 Ejército de Chuikov recibió los refuerzos humanos y el suministro de material de guerra necesarios para defenderse del acoso alemán teniendo el Volga a escasos metros de sus espaldas, De ahí las trágicas consignas de los heroicos defensores de la ciudad “No hay tierra para nosotros a nuestras espaldas” y “el tiempo es sangre”.

Me apresuro a destacar que el interés histórico de mis compañeros y yo sobre la batalla de Stalingrado no está motivado por interés militarista alguno, sino, todo lo contrario. También debo destacar que la admiración y el respeto por los protagonistas de la gran gesta nace al margen de cualquier condicionamiento ideológico o político. Se basa sencillamente en que del estudio objetivo del gran acontecimiento histórico, se desprende como un pueblo, considerado por la bestia invasora como de una “raza infrahumana”, estando al borde de la derrota total, es capaz de resurgir de sus cenizas y hacer frente a la barbarie de la “raza superior” obligando a la fuerza militar más importante e invencible de la historia moderna, a desandar su camino invasor a sangre y fuego. La huida hacia su guarida solo terminó cuando dos sencillos sargentos del ejercito soviético clavaron su bandera en la cúpula del Reichstag en el corazón de Berlín. El imperio del Tercer Reich que tenía que permanecer, según sus creadores, 1000 años, solo duró 4.700 días.

Para terminar deciros, como apunta el rusófilo avanzado Juli Pérez, pionero de esta ruta del Volga, que el caminante sensible que la transita no puede evitar una poderosa atracción por este paisaje estepario por el gran rio, por las gentes del Don-Volga, y, sobre todo por esta ciudad, hoy llamada Volgogrado. Se hace difícil olvidar los recuerdos otoñales, vividos en ella, sus pacíficos atardeceres paseando por la orilla derecha del impresionante Volga.

Quedo a vuestra disposición por si queráis preguntar algo concreto del viaje.

Eduard Moreno